sábado, 17 de marzo de 2012

¿Papa o Papisa?

Fernando Gallego /Historia


Durante el ocaso del siglo IX de nuestra Era el seno de la Iglesia Católica se vio sacudido por un hecho insólito, el pontífice de nombre Benedicto III no sería tal, sino que realmente era una mujer de nombre Juana.
Cuenta la leyenda que un monje inglés destinado a difundir el Evangelio en Sajonia tuvo una hija. Ésta, se habría criado en un ambiente de religiosidad e intelectualidad, teniendo la oportunidad de estudiar, cosa poco común entre las féminas de la época. Pronto afloraron sus ansias por seguir ampliando sus conocimientos, pero por desgracia, el monopolio del saber lo tenía la Iglesia y sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos. Juana tuvo una ocurrencia e ingresó en el mundillo religioso como copista en un scriptorium, donde se le conocería como Johannes Anglicus (Juan el Inglés). Se trataba de una suplantación de sexo en toda regla.
La calidad de su trabajo y el asombro que  mostraban sus superiores por su labor le hizo poder viajar de monasterio en monasterio, visitando prácticamente todo el Mediterráneo cristiano. Será en uno de estos viajes cuando llegue a Roma, ciudad donde obtendría un puesto docente. Juana, ocultando todavía su verdadera identidad, se ganó las simpatías de los miembros de la Curia Vaticana. Su reputación de erudita le llevó a convertirse en la secretaria para asuntos internacionales del Papa León IV. Tras la muerte de este Papa, Juana fue nombrada su sucesora con el nombre de Benedicto III -aunque hay quien piensa que pudo ser más bien Juan VIII-. Dos años después, la Papisa, que disimulaba un embarazo fruto de la unión carnal con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y dio a luz en público.
Representación Medieval de Juana

Las opiniones sobre la causa de su muerte son dos: por un lado hay quien cree que falleció a consecuencia del parto y por otro, algunos estudiosos opinan que murió lapidada por el gentío que asistía a la procesión papal.
A raíz de este suceso se dice que la Iglesia creó un protocolo para la verificación de la virilidad del Papa. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada.

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